Durante la festividad de Nuestra Señora de La Consolata, en Sampacho, Monseñor Adolfo Uriona llamó a ser como María, instrumentos de la misericordia y el consuelo.
Resaltó que, en este Año de la Misericordia, existen tantas formas de ser misericordias con el que sufre en el cuerpo y en el Espíritu.
A continuación, la homilía completa:
Queridos hermanos:
Estamos celebrando a nuestra Madre, la Virgen de la Consolata, patrona de Sampacho y lo hacemos en un contexto muy especial: en el Año Jubilar de la Misericordia y en el Bicentenario de la Independencia de nuestra patria. Justamente ayer concluyó el Congreso Eucarístico Nacional que se celebró en la ciudad de Tucumán poniendo, a nuestra querida Argentina, en el corazón de Jesús Eucaristía.
Celebrar a la Madre del Consuelo nos pone en consonancia, tal como lo expresa el profeta Isaías, con la misión salvadora del Mesías.
El Dios de la Misericordia, nos envía a su Hijo quien, conducido por el Espíritu Santo, nos revela de manera humana el rostro misericordioso del Padre. Por ello, Cristo Jesús vino a “traer la Buena Noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a dar la libertad a los prisioneros, a consolar a todos los que están de duelo…”
Su Madre, la Virgen María, acompaña a Jesús en esta misión de consolar.
Por otra parte, el Señor al proclamar la “nueva Ley”, la ley del Espíritu Santo, “las bienaventuranzas” nos dice: “Felices los afligidos porque serán consolados”.
¿Cómo pueden ser felices los que sufren diversas penas y pruebas que los sumergen en la angustia y aflicción?
No son felices por el hecho de ser afligidos, no por la aflicción en sí misma, sino porque al vivir el momento de aflicción desde la fe y esperanza, es decir no como una desgracia que aplasta sino como un momento providencial, como una Cruz redentora recibimos, de manera misteriosa, el consuelo que nos viene de lo alto, el consuelo de Dios.
Los que se afligen por sus pecados y por los de los demás, los que sufren a causa de los innumerables males de nuestra sociedad: la corrupción, la inmoralidad política, la injusticia social, el flagelo del narcotráfico, serán consolados. Dios nos regala a su Madre, fuente de la consolación, para que enjugue toda lágrima de nuestros ojos. Contemplemos con fe el rostro maravilloso de Aquella que está a nuestro lado consolando.
Por otra parte y más en este año Jubilar, nosotros debemos convertirnos, a ejemplo de María, en instrumentos de consuelo y misericordia. ¡Tenemos tantas formas y posibilidades!
Socorrer al hambriento, vestir al que sufre el frío del invierno, visitar a los presos y a los enfermos, enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, acompañar a los que están tristes, sufrir con paciencia el mal recibido…
Qué Nuestra Señora de la Consolata, Madre y Mediadora del consuelo de Dios, nos conceda la gracia inestimable de ser “ángeles”, es decir, mensajeros de consuelo para nuestros hermanos que sufren en el cuerpo o en el espíritu, ejerciendo la misericordia con todos ellos.