A continuación compartimos el testimonio vocacional del Pbro. Ricardo Araya, quien fue designado por el Papa Francisco como Obispo de la Diócesis de Cruz del Eje.
“Como nos ha pasado a la mayoría de nosotros recibí el bautismo y la fe en el seno de mi familia. La mirada de fe y la oración frecuente fueron el ámbito donde escuché muchas veces una voz que, aunque no sabía identificar, me proponía o me interrogaba acerca de la posibilidad de ser sacerdote. Alguien me proponía ser un sacerdote como aquel que cuando niño me impactó en una Novena Patronal en El Cano; como el que conocí en lo cotidiano de la vida parroquial de Gigena; o como aquel que me llamó la atención cuando, ya adolescente, fui a Reducción un 1º de mayo.
Cuando niño muchas veces escuché en mi casa hablar de quien hoy es el P. Rafael Arias. Era un pariente apreciado por mi familia que estudiaba para ser sacerdote en Córdoba. Yo no sabía ni dónde quedaba esa ciudad, pero el hecho era mencionado con agrado; y yo lo guardaba.
El tiempo del secundario fue un espacio donde la pregunta seguía pero la posponía o le daba diversas respuestas. Hacia afuera la pregunta era más bien negada pero aparecía una y otra vez; cuando lo imaginaba y en ocasiones cuando ni lo pensaba.
Sin duda, la vida parroquial de Gigena desde 1972 hasta 1977 fue la que creó el clima propicio para la respuesta. Lo hizo ofreciendo luz y fuerzas creyentes y también proponiendo problemas sociales no resueltos y luchas por las que valía la pena gastar la vida y las energías de un corazón adolescente pero decidido. Fueron tantas las personas que intervenían en nuestros procesos de maduración!
¿Qué me ofreció la Parroquia? Si tuviera que resumir la cuestión y expresar lo más importante, diría: conocer a Jesús. La gente de la Parroquia y sus actividades me llevaron a Jesús. Él era Alguien real y me confrontaba, me llamaba y me provocaba. Lo encontraba en las reuniones de grupo que siempre comenzaban y terminaban con la Palabra de Dios, en los innumerables y variados campamentos en Alpa Corral, en el trabajo de Betania que, como su nombre lo indica, era el espacio del trabajo y del pan, de las penas, de las alegrías y de los amigos.
Eran tiempos de Palabra y acción, de oración y compromiso, de discusiones y abrazos. Muchas veces escuché que las comunidades y el mundo necesitaban sacerdotes. No sabía mucho del Papa Pablo VI pero conocía que él estaba preocupado por la falta de sacerdotes y que pedía rezar por ello. Nosotros rezábamos una y otra vez por eso. Cantábamos aquello de “pescador de hombres” casi siempre. Nadie decía mucho pero la siembra estaba aconteciendo. Gracias a Dios y a San José vino el tiempo de la cosecha y compartimos el camino de una especial consagración con amigos y amigas de todos los días, del mismo pueblo y de la intensa vida parroquial. Siempre sentimos que la gente valoraba esta vocación; nos ayudaba, alentaba y acompañaba de muchísimas maneras.
Recuerdo que el P. Staffolani había cumplido 25 años de sacerdote y contaba que fue a celebrar Misa con otros compañeros al Seminario. Habían compartido un hermoso momento pero urgía el desafío de volver a llenarlo de jóvenes con preguntas, de personas creyentes, de procesos con discernimiento, de fe y de entrega para la misión de ser profeta, sacerdote y pastor como Jesús.»