Leé aquí la Carta Pastoral de Cuaresma 2016

Con motivo del inicio de la Cuaresma, Monseñor Adolfo Uriona elaboró una Carta Pastoral con algunos lineamientos de cómo transitar por el camino que nos lleva hacia la Pascua, “el Acontecimiento que le da sentido a nuestro peregrinar por esta vida”.

En el texto, el Obispo invita a vivir este tiempo litúrgico de manera consciente e intensa ya que es un “tiempo fuerte gracia y conversión”.

A continuación compartimos el texto completo de la Carta Pastoral elaborada por Monseñor Adolfo Uriona.


 

CARTA PASTORAL DE CUARESMA (2016)

Queridos hermanos:

El 10 de febrero del corriente año con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzaremos el sagrado tiempo de CUARESMA.

Durante el mismo nos dispondremos para celebrar la Solemnidad mayor de nuestra Fe cristiana: LA PASCUA, es decir la “pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo”, el Acontecimiento que da sentido a nuestro peregrinar por esta vida.

Ruego a Dios a fin de que todos los que seguimos a Jesús podamos ser conscientes y vivir intensamente este “tiempo fuerte de gracia y conversión”, aprovechando la oportunidad que nos da Dios, a través de su Iglesia, de encontrarnos más profundamente con su Amor Misericordioso, manifestado en la Cruz y Resurrección.

En nuestro actual modo de vivir, tan intenso y estresante, fácilmente podemos correr el riesgo de que la semilla de la Palabra que nos trae la salvación, “sea arrebatada por el Maligno o no hunda sus raíces en tierra buena y sucumba ante la tribulación o sea ahogada por las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas”… (Cf. Mt 13, 19-22)

El evangelista San Mateo nos revela el modo para volver a retomar el camino del encuentro con Dios: la limosna, la oración (el silencio) y el ayuno[1], practicados con sinceridad, amor y en el secreto de nuestro corazón, lugar particular donde llega “la mirada y la recompensa del Padre”.

EL JUBILEO DE LA MISERICORDIA

En esta oportunidad la Cuaresma cobra un relieve especial porque la celebraremos dentro del Año Jubilar de la Misericordia convocado por el Santo Padre y que inició el 8 de diciembre de 2015 con la apertura de la Puerta Santa en Roma.

Francisco, dos días antes de asumir su ministerio como Sumo Pontífice, en su primer Ángelus comentó el Evangelio de la mujer sorprendida en adulterio que Jesús salva de la condena a muerte.[2] En esa oportunidad habló expresamente de la misericordia y de no cansarnos nunca de pedirla; ya estaba perfilando, de alguna manera, el tema central de su pontificado. Les transcribo algunos párrafos:

“…Hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Han pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. «Grande es la misericordia del Señor», dice el Salmo”.

Luego continuó diciendo que había podido leer un libro del Cardenal Kasper sobre la misericordia y que le había hecho mucho bien. “…El Cardenal Kasper decía que al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia… No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca.

“Y, padre, ¿cuál es el problema?” El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos…”[3]

Secundando la inspiración divina del Santo Padre quisiera en esta carta de Cuaresma dedicar unas sencillas reflexiones acerca de este fundamental atributo de Dios revelado por Jesucristo. Es mi deseo que las mismas les puedan ayudar a reconocerlo con gratitud en la propia existencia y de esta manera comprometerse a ejercitarlo con los demás.

  1. El olvido de este tema en la cultura contemporánea

Francisco, en la Bula de convocación al Jubileo Extraordinario titulada Misericordiae vultus (El rostro de la Misericordia), como ya lo había hecho Juan Pablo II, tiene clara conciencia que debe instalar el concepto de la Misericordia Divina en la cultura de hoy la cual, por el orgullo propio de los avances tecnológicos, corre el riesgo de ignorarla o de menospreciarla.

“No podemos olvidar la gran enseñanza que san Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia… Ante todo, el santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: «La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia… (N°2)

Además, san Juan Pablo II motivaba la urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo… Esta enseñanza es hoy más que nunca actual y merece ser retomada en este Año Santo…” [4]

  1. ¿Qué entendemos por Misericordia?

La palabra misericordia encuentra su raíz y sentido en dos expresiones del latín: miserere, que significa tener compasión y cor que significa corazón.

La Palabra de Dios, a través de san Pablo, nos introduce en este Misterio del Dios Amor:

«Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente!- y con Cristo Jesús nos hizo reinar con él en el cielo».  (Ef 2,4-6)

La Misericordia, por tanto, “es el amor que se ejerce con ocasión del mal («miseria») del otro; es propio de la relación de Dios con su criatura”.[5]

«Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia». Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios…” [6]

  1. “El Señor es un Dios compasivo y bondadoso…” (Ex 34,6)

Ese rostro misericordioso de Dios Padre comienza a revelarse ya en el Antiguo Testamento donde, a pesar de manifestarse como un Dios justo y poderoso, muchas veces su corazón bondadoso prevalece sobre el castigo que merecían las continuas malas acciones del pueblo de Israel.

“Paciente y misericordioso” es el binomio que aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios…” [7] Los términos hebreos que usa la Biblia para describir la Misericordia de Dios son:

«Hesed»: el cual indica una actitud profunda de «bondad». Se suma a ella la noción de «fidelidad»; por eso referida a Dios dice relación con la «Alianza». Y, a pesar de la infidelidad del hombre, Dios manifiesta un amor más fuerte que la traición, una gracia más fuerte que el pecado (cfr. Ex 34,6; 2 Sam 2,6; 15,20).

«Rahamim»: es el segundo término y se refiere al amor materno (rehem = regazo materno). Se puede decir que este amor es totalmente gratuito, no fruto de mérito, y que bajo este aspecto constituye una necesidad interior: es una exigencia del corazón. Es una variante «femenina» de la fidelidad masculina a sí mismo, expresada en el «hesed».

El término “rahamim” engendra un conjunto de sentimientos, entre los que están la bondad y la ternura, la paciencia y la comprensión, es decir, la disposición a perdonar.

Así lo encontramos en el profeta Isaías: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te  olvidaré!” (Is 49,15); y en el profeta Oseas: “Yo los curaré de su apostasía, los amaré generosamente, porque mi ira se ha apartado de ellos” (Os 14,5)

La misericordia supone esa capacidad de conmoverse «desde las entrañas» propia de la experiencia materna que lleva a una comprensión muy honda del otro. Quien tiene compasión “padece, siente, sufre junto con”…, percibe de modo comprensivo el sufrimiento de otra persona.

  1. “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único…” (Jn 3,16)

El pecado, la miseria del hombre le dan a Dios la oportunidad de revelar su misericordia infinita. Decía San Juan Pablo II:

«Precisamente porque existe el pecado en el mundo, al que «Dios amó tanto… que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3,16), Dios que «es amor» (1Jn 4,7) no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia…

La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito es también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la limite...» [8]

En esta expresión del Papa se reconoce al pecado en toda su dimensión terrible y destructora pero se destaca la fuerza mucho más grande e infinita del poder de Dios concretizada en el perdón redentor que brota del sacrificio de Cristo.

Por ello, al contemplar al Padre de las misericordias tenemos necesidad de entrar en una comunión muy profunda con los pecadores, reconociéndonos pecadores nosotros también.

Esto significa ser solidarios con el pecado del mundo. Pero cuidado, no en el sentido de contaminarnos con él, sino llevando como Cristo esta carga del pecado sobre nuestras espaldas y compartiendo con él su sentimiento de compasión por los pecadores.

Dios permite el pecado, no porque lo quiera, sino para sacar después un bien mayor. San Pablo dice que “Dios dispone de todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rm 8,28) y San Agustín añade “también los propios pecados”. Dios permite el pecado para que después uno se arroje con toda confianza en el amor del Padre de las misericordias, se sienta más humilde y tenga un corazón comprensivo con los demás.

Esta actitud nos librará de caer en la “dureza de corazón”, es decir, de la incapacidad de compadecerse con el que sufre. A causa de la misma, Jesús lanzó “una mirada llena de indignación” contra los escribas y fariseos quienes callaron frente al hombre de la mano paralizada (cf. Mc 3,5).

  1. “El que me ha visto ha visto al Padre” (Jn 14,9)

Jesús vino a revelarnos el rostro del Padre. Por eso se admira ante la pregunta de Felipe, que aún después de compartir un tiempo largo con Él no se había percatado de ello (Cf Jn 14,8-11).

Decía San Juan Pablo II en su encíclica sobre la Misericordia:

«Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de Cristo la prueba fundamental de su misión de Mesías…

Cristo se convierte en signo legible de que Dios es amor… Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la «condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral…” [9]

Esa es su misión en esta tierra, todo su cometido, por tanto a través del Hijo conocemos al Padre. Escuchando sus palabras, asimilando las actitudes de Jesús que se acercó con corazón compadecido a los pobres, enfermos y marginados, tendremos la posibilidad de asemejamos al Padre.

Jesús nos revela la esencia del Dios cristiano en su relación con nosotros: ser pura misericordia, activa, dinámica, sin límites. Purificar por la Fe nuestra idea de Dios es identificarlo con este amor misericordioso real, total y exigente.

  1. “Y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32)

“La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre…» [10]

La Cruz aceptada libremente por Jesús ha llevado hasta las últimas consecuencias la Encarnación, el desborde total del Amor de Dios. Paradójicamente se concentra en ella todo el amor misericordioso del Padre que entrega a su Hijo, “muy amado”, para salvar a los hombres.

Escribe San Bernardo: “… ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?…. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza; y a través de estas hendiduras… puedo gustar y ver cuán bueno es el Señor…

El clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.

Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto…” [11]

  1. “Ve, y procede tú de la misma manera…” (Lc 10,37b)

Cuando un doctor de la Ley quiso poner a prueba a Jesús, éste le relató la parábola del Buen Samaritano culminando así:

“… ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.[12]

Para heredar la Vida eterna el doctor de la Ley debía aprender a proceder como el Samaritano con su prójimo el cual, si bien era un enemigo, estaba tirado en el camino malherido. Por ello Jesús concluye ordenándole: “Ve, y procede tú de la misma manera”…

Nuestras relaciones con el prójimo, desde que Cristo se encarnó, han de guiarse por este modelo: “un amor al prójimo que se olvida de sí mismo y se juega por el otro”. Por tanto, la originalidad del cristianismo estará en entablar una nueva forma de relación: la que se conduce por el amor misericordioso.

Frente a esta cultura dominante donde la indiferencia, la falta de solidaridad y la competencia agresiva tiene su reinado, el cristiano será auténticamente un “signo de contradicción” en la medida en que sepa superar ese esquema “mundano” y adopte la actitud del “Verbo hecho carne” que nos viene a revelar el rostro misericordioso del Padre y entablar nuevos vínculos determinados por la misericordia. La misericordia, por tanto, no es sólo un atributo de Dios sino una propuesta de vida para todos sus hijos.

            El Papa Francisco nos propone para este Año Jubilar, “la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en la más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea… En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención…

Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos. No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados…[13]

  1. La Madre de la Misericordia

“Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí…” (Jn 2,1)

 “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre…” (Jn 19,25)

            María Santísima siempre está al lado de su Hijo en los momentos cruciales de su vida. Su presencia es discreta, silenciosa pero muy eficaz.

En las bodas de Caná, mediando ante él por los pobres novios que se quedaron sin vino para la fiesta y anticipando “su hora”. Al pie de la Cruz, recibiendo como Madre al discípulo amado, convirtiéndose así en la Madre de todos los que sigan a su Hijo.

«María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado -como nadie- la misericordia… porque nadie ha experimentado, como la Madre del Crucificado, el misterio de la Cruz…

Precisamente en este amor «misericordioso», manifestado ante todo en el contacto con el mal moral y físico, participaba de manera singular y excepcional el corazón de la que fue Madre del Crucificado y del Resucitado…» [14]

Así como estuvo al lado del Hijo el corazón maternal de María también está presente en todas las necesidades de los hombres e intercede por nuestras miserias y dolores en, «este valle de lágrimas», ante el Dios de la misericordia.

Quiero terminar esta Carta Pastoral de Cuaresma con la oración que el Papa Francisco nos propone para este Año Jubilar de la Misericordia:

Señor Jesucristo,

Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.

Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!

Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

+Adolfo A. Uriona fdp

Obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto

 

[1]. – Cf. Mt 6, 1-6; 16-18

[2] .- Jn 8,1-11 (correspondía al 5° domingo de Cuaresma de ese año)

[3] .- PAPA FRANCISCO, Ángelus del 17 de marzo de 2013

[4] .- PAPA FRANCISCO, Misericordiae vultus, 11

[5]. – Cfr. SANTO TOMAS, Summa Theologica, II-II, q.30, a.1

[6]. – PAPA FRANCISCO, Misericordiae vultus, 6

[7] .- PAPA FRANCISCO, Misericordiae vultus, 6

[8] .- SAN JUAN PABLO II, Dives in misericordia (Rico en misericordia), 13

[9].- SAN JUAN PABLO II, Dives in misericordia, 3

[10] .- SAN JUAN PABLO II, Dives in misericordia, 8

[11] .- De los sermones de SAN BERNARDO, abad, sobre el Cantar de los Cantares. Cf. Liturgia de las horas, Oficio de Lecturas del miércoles de la 3ª Semana durante el año.

[12] .- Lc 10, 25-37

[13] .- PAPA FRANCISCO, Cf “Misericordiae vultus”, 15

[14] .- SAN JUAN PABLO II, «Dives in misericordia», 9.

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