Durante la tarde del domingo, en la Solemnidad del Corpus Christi, Mons. Adolfo Uriona destacó que “la Eucaristía, el Sacramento de nuestra fe, es la fuente y el culmen de la vida de la Iglesia”.
La procesión con el Santísimo Sacramento se desarrolló desde la Parroquia San Cayetano hasta el Barrio Ciudad Nueva, donde el Obispo bendijo a los cientos fieles que participaron.
A continuación, compartimos la Homilía completa de Mons. Adolfo Uriona en la Santa Misa:
Queridos hermanos:
Estamos celebrando la Solemnidad del Corpus Christi en un año muy particular: el Año de la Misericordia, del Bicentenario de nuestra Independencia y de la celebración del Congreso Eucarístico Nacional en Tucumán.
La Eucaristía, el Sacramento de nuestra fe, es la fuente y el culmen de la vida de la Iglesia. En ella comemos al mismo Señor con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Él quiso quedarse con nosotros, en la noche de la última Cena, para alimentar nuestra fe y esperanza en el peregrinar por este mundo hasta que Él vuelva.
El texto de la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios es el testimonio más antiguo de las palabras de Cristo en la última Cena.
- “Hagan esto en memoria mía”: este gesto de “hacer” la Eucaristía tiene a Jesús como protagonista, pero se realiza a través de nuestras pobres manos ungidas por el Espíritu Santo el día de nuestra ordenación sacerdotal.
- “Denles ustedes de comer: este “hagan esto” ya se había preparado en la vida de Jesús con sus discípulos, cuando ante la multitud cansada y hambrienta, que lo seguía para escuchar sus palabras de vida y para ser sanados de sus dolencias, éste les ordena: “Denles ustedes de comer”…
¿Cómo podían cumplir ese mandato con sólo cinco panes y dos pescados? Comprobamos que el milagro lo hace el Señor pero él quiere que ellos, en lugar de despedir a la multitud, aporten lo poco que tenían. Además, una vez bendecidos los panes, Cristo quiere que sean distribuidos por las pobres manos de los discípulos; los hace participar del milagro como mediadores.
Este milagro no tiene el sentido de saciar el hambre de un día sino que es un signo de que Cristo salva a la humanidad de sus dolencias ofreciendo su Cuerpo y su Sangre. Sin embargo, siempre hay que pasar por estos dos gestos: ofrecer lo poco que tenemos y somos, recibir de Jesús el pan partido y distribuirlo a todos.
- Jesús partió el pan: también aquí hay un simbolismo. En el sacrifico de la Cruz, anticipado en el banquete de la cena, Él se dejó partir por nosotros. De allí que, desde los inicios “el partir el pan”, la Eucaristía, es el centro y la forma de la vida de la Iglesia.
¡Cuánto santos, olvidándose de sí mismos, se han partido por los demás! Y en estos momentos de la historia, ¡cuántos cristianos se parten a sí mismos entregándose a sus hermanos en el servicio cotidiano y hasta derramando su sangre en el martirio!
Y, ¿de dónde sacan la fuerza para todo esto? En la Eucaristía, en la celebración de la Misa y en la adoración. La vida pastoral de nuestra Iglesia diocesana se nutre de esta fuente: la Misa dominical e incluso diaria de muchos sacerdotes, consagrados y laicos; la adoración perpetua en numerosas comunidades de nuestra diócesis es una fortaleza en nuestra misión de construir el Reino de los cielos.
Qué la procesión que luego haremos sea un gesto de compromiso para dar de comer de este alimento divino a tantos hermanos que están hambrientos, solos, tristes, marginados, descartados…
María, la Madre del Señor Eucaristía, nos conceda esta gracia.