Plan Pastoral Diocesano – Tercer Domingo de Cuaresma

Los textos de este domingo de por sí nos sacan del ámbito habitual.

Así como sacan a Jesús de la Judea y de la Galilea y lo ubican en Samaría, tierra vecina pero enemistada, nos colocan a nosotros como comunidad en un ámbito más allá de nuestras propias fronteras diarias, nos animan a salir un poco más afuera de nuestras tareas, personas, realidades habituales.

Esta inquietud está contenida en la carta pastoral de nuestro obispo que enmarca la tarea realizada en las parroquias para delinear un plan pastoral, un camino por el que, sin perder cada parroquia su color propio, nos aúne en la intención de toda la diócesis.

Recordar la primera definición concreta de la Carta Pastoral: La urgencia pastoral en nuestra diócesis son los pobres. Y los pobres en todas sus formas.

Un aporte: La carta Pastoral imita un recurso muy concreto del Papa Francisco que puede ser útil. No habla de pobreza, sino de pobres. No habla de soledad, sino de solos.

Para materializar la tarea se proponen algunos indicativos: centrar la tarea en la Pascua, anunciar el kerigma poniendo las manos en la masa y, para eso, ser claramente una comunidad en salida.

Identificar cuáles son las “samarías” tanto parroquiales como personales, individuales es una propuesta que ayudará a delinear el camino de salida.

Porque la tarea de Iglesia supone y desafía hacer el mismo camino desde lo personal. Y no solamente a la gente sino fundamentalmente al pastor.

Salir es siempre un desafío incómodo, porque desinstala.

La Carta Pastoral es iluminada desde el documento del Papa Francisco Evangelii Gaudium, que resalta no sólo la importancia sino la NECESIDAD de ser Iglesia, comunidad en salida.

La primera lectura ilustra la fundamental importancia de que el pastor centre su tarea en la oración diaria y permanente para descubrir el camino concreto de cada día, pero sin perder de vista que quienes marcan  las necesidades son los pastoreados.

Intentar imponer criterios propios por parte del pastor sin rendirse ante las necesidades que siempre y claramente manifiesta el pueblo de Dios es una tentación de comodidad y de actitud gerencial, no cristiana y destructora de comunidades.

Dios mismo le enseña a Moisés que no está mal quejarse, cansarse, hartarse de tanto reclamo e insistente presión, pero Moisés enseña que en la intimidad con Dios, cotidiana, esforzada y sincera, se encuentra la solución: no andar a los bastonazos contra la gente sino contra la Piedra, de donde el Señor, único pastor de nuestra gente, es capaz de hacer brotar el agua viva.

“Si conocieras el Don de Dios”

Un don es un regalo.

Jesucristo es el regalo que el Señor nos hizo y nos hace cada vez que rezamos, hablamos de Él o lo celebramos en los sacramentos, especialmente en la misa.

No podremos ni aprovechar ni hacer aprovechar este regalo que de tan cotidiano a veces ni nos damos cuenta, es decir “ni lo reconocemos”, sin alimentarnos junto con la comunidad de la Eucaristía y de los sacramentos celebrados como fiesta de la comunidad.

Desde aquí sólo bastará salir afuera de los límites de nuestro mundo diario y acercarnos a quienes habitan este ser extranjeros en la misma tierra.

Aún venciendo el escrúpulo de conversar con “una mujer extraña, samaritana” , más allá del centro de la vida propia, en las periferias, para hacer realidad el Don de Dios: Jesucristo, que calma su necesidad de paz, sed de dignidad y sus necesidades concretas de comida, vestido, soledad.

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